NUTRICIÓN
No sé si has conocido (o ya convives) con esa forma de comer que no viene del estómago. Ese “hambre invisible” que te lleva en piloto automático a abrir otra vez la puerta de la nevera. Ése, que viene más de tu mente que de tu tripa. ¿Lo has sentido alguna vez? Si te descubres comiendo, sin saber muy bien porqué, intentando calmar, escapar, frenar o esconderte de algo… Te presento a tu “hambre emocional”. Que no cunda el pánico. Tod@s, en algún momento, lo tenemos. Tod@s buscamos consuelo, refugio, distracción o evasión del mundo a través de la comida.
Es humano. Y comprensible. La comida siempre se ha vinculado al disfrute: nos da placer y sensaciones positivas, que nos conectan, que nos traen al presente, que nos alejan por un momento, de lo que nos molesta o preocupa. Pero “comer emocionalmente”, a veces se acompaña de culpa. Una culpa y un malestar tan fuerte, que hace que necesitemos “compensar”, con conductas que suelen ser poco adaptativas y mucho menos saludables…
Vamos al grano: “Me llamo Pepita. Todos los días llego a casa súper cansada después de un largo día-corriendo-arriba-abajo-trabajo-niños-casa-etc. Abro la despensa y me zampo lo primero que pillo: esa bolsa de patatas fritas. Y, en ese momento, desconecto. No hay nada más. Yo y mi impulso de comer. Nadie me molesta. Ninguna tarea pendiente. Solo yo y mis patatas. A veces las disfruto. Sin más. Pero otras veces llega la culpa. Me siento tan mal, tan culpable por comer así, con tan poca “fuerza de voluntad” que me prometo (otra vez más) que esto se ha acabado. Mañana no desayuno, decido. O quizá, salgo a correr para arreglar la liada. O quizá, voy al baño y…”.
Y así, sin darte cuenta, estás dentro de un bucle infinito de restricción y exigencia → no poder más → atracón → culpa → más restricción y más exigencia…
Si esto resuena en ti y sientes que interfiere negativamente en tu autocuidado, explora lo siguiente:
- ¿Estás comiendo suficiente y adecuadamente en tus comidas principales? A veces, creemos que estamos comiendo de forma emocional cuando lo que realmente pasa es que arrastro un hambre atroz. Si tus platos no son equilibrados y suficientes, tu cuerpo va a demandar comida de forma urgente: ¡lo primero que pilles por favor!
Además, si estás teniendo conductas compensatorias con la comida, es muy posible que no le estés dando a tu cuerpo la energía que necesita.
- ¿Estás huyendo de alguna emoción negativa? ¿Tienes ansiedad? ¿Estás triste? ¿Estás enfadad@? ¿Es posible que estés intentando compensar esto con las sensaciones positivas que te aporta la comida?
Reflexionar sobre estas cuestiones, pensar en esas áreas de tu vida que no están del todo bien, puede ayudarte a identificar qué es lo que estás descuidando, dónde sientes ese “hueco” o vacío y, ser consciente de ello, es el primer paso para buscar un remedio; porque, utilizar la comida como recurso para cubrir necesidades o insatisfacciones que nada tienen que ver con el hambre (la que viene del estómago, la que ruge en las tripas), es un parche que nunca funciona. Y, al final, daña.
Por eso, te animo a cuidarte y quererte de verdad, en todos los espacios de tu vida.
Arantxa María