Ganadores del primer concurso de microrrelato de La Voz de El Espinar
El primer concurso de microrrelato de La Voz de El Espinar ha conseguido reunir en torno a 30 participantes entre las tres categorías. El jurado, formado por: Carlos Parrilla, Licenciado en Derecho, colaborador en La Voz de El Espinar y autor de seis novelas publicadas; Cristina Oleby, escritora de literatura infantil y colaboradora con sus relatos para adultos en varias revistas digitales; Fernando Sánchez, profesor de lengua castellana y literatura y actual director del IES María Zambrano de El Espinar; y Juan Andrés Saiz Garrido, escritor y colaborador en La Voz de El Espinar; ha valorado todos los relatos enviados, y sus votos han llevado al siguiente fallo:
Categoría Adultos:
“Desaparecer”
Etiqueta cada táper, la letra redonda y elegante de cuaderno Rubio, deja una nota en la nevera y la sujeta con el imán favorito de Elena, la mariposa verde y azul de alas grandes. Observa la mariposa durante unos segundos y se traga la angustia junto con el sorbo de café. Coge la bolsa de deportes, ha guardado lo imprescindible, se pone el abrigo, cierra la puerta con delicadeza y echa a andar sin mirar atrás. Aún no ha salido el sol, pero hay una primera claridad que le permite vislumbrar Cueva Valiente y Cabeza Líjar; dos gigantes agazapados. Camina despacio, tiene tiempo. En los bares ya hay madrugadores desayunando y ella pasa como una sombra. Al llegar al puente se para y observa el Gudillos, contemplar el río, escuchar la canción de agua y piedra la tranquiliza. Sube hacía el apeadero, quedan cinco minutos para la llegada del tren, su pasaje a una nueva vida, o tan solo una vida diferente. Observa el trajín de los estorninos tan madrugadores, respira hondo y aprieta la bolsa contra su pecho, le llega el olor balsámico de las agujas de pino. El chirrido característico en las vías anuncia la llegada del tren. Un viajero tardío sube las escaleras de dos en dos. Se abren las puertas como un gesto de bienvenida y los pies que no quieren moverse, no es miedo no. Baja las escaleras despacio, como una niña pequeña. El sol se despereza y su luz inunda el valle. Al girar la llave siente una mezcla de alivio y nostalgia de ese futuro que no será, hoy no.
Izarra
Categoría Juvenil:
“Villa Mundi, hogar de los locos”
Primer síntoma: curiosidad.
Rondaba el año 2014, en el municipio de El Espinar; para ser más concreto, en Villa Mundi.
Un grupo de adolescentes había escuchado varias veces la famosa historia de este gran lugar: se trataba de cuatro amigos que se habían colado en el recinto para filmar un corto de terror. Aquel lugar era perfecto; de alguna manera, Villa Mundi siempre ha tenido un aspecto tétrico y curioso. Dicen que estos jóvenes quedaron encerrados en la casa, y que enloquecieron.
La mayoría de los adolescentes que han escuchado esa historia piensan que es falso. Lo que estaba asegurado era que un grupo murió allí dentro, pero no tenía por qué haber sucedido lo de aquella leyenda. Sin embargo, este grupo de amigos quería demostrar lo que había ocurrido, estaban seguros de que la cámara con la que filmaron seguía dentro de la villa.
Decididos, entraron al recinto de noche con precaución de no ser vistos, y ya preparados se dirigieron a la habitación donde hace ya más de treinta años encontraron los cadáveres.
Cuando entraron solo encontraron un objeto: una cámara. Todo era demasiado curioso, ¿cómo es que la policía no encontró la cámara cuando sacó los cadáveres de allí?
Aún sorprendidos, algunos quisieron irse, pero entonces se dieron cuenta de que estaban encerrados.
Segundo síntoma: desesperación.
Intentaron abrir la puerta de todas las maneras posibles, pero no había esperanzas. Entonces uno de los cinco jóvenes se percató de que la cámara estaba grabando, de que en todos estos años nunca había parado de grabar. Sabía que si no habían visto la cámara los demás era porque solo los destinados a enloquecer podrían verla y ser grabados, sabía cómo terminaría todo.
Último síntoma: locura.
Minerva
Categoría Infantil:
“Desde mi ventana, desde la Nava…”
Amanece, lunes del mes de enero, pero con una luz y una temperatura atípica para este mes en El Espinar. El Boquerón despejado, su cielo azul como el mar y sus prados verdes, recuerdan a nuestra bandera.
Tras volver del cole y hacer nuestras tareas, ¡hoy toca paseo!
Y así, con el solecito fresco de la tarde, partimos desde la Nava… con el sonido únicamente de nuestros pasos sobre el camino de tierra y piedras, el balido de las ovejas y sus corderitos, la vaca “Paca” tan simpática y cariñosa, el relinchar de los caballos, los ladridos de los perros, que a veces nos pillan desprevenidos y nos asustan, y nuestras conversaciones sobre nuestro día, experiencias, inquietudes y sueños… llegamos hasta nuestra zona favorita.
Nos paramos, y se detiene el tiempo… nos quedamos mirando y mirando: A los patos jugar y bañarse en su estanque y oímos sus historias, que no callan. A las ocas que siempre van juntitas y con el cuello bien estirado vigilando todo. A los conejos que paran a tomar el sol y luego corretean. A las gallinas que van clocando sin parar y picoteando todo lo que está a su alrededor. A las ovejas y carneros con sus corderitos que no pueden ser más bonitos, no hay uno igual a otro, cada uno tiene las manchitas distintas, y sin separarse de sus mamás, juegan y crecen muy, muy rápido. Y los pavos, tan señoriales y estirados con su peculiar cacareo… que nos responden a nuestra llamada de ¡Ese pavo…! Y nos hacen mucho reír.
Y así sin darnos cuenta, con el sol guardándose y con el fresco imponiéndose, volvemos a casa, no sin antes, parar en las piedras, a ver si están jugando en Los Llanos y disfrutando de esas últimas vistas del Boquerón y del Cristo.
Generandorecuerdos
AQUÍ OS DEJAMOS TODOS LOS RELATOS PARTICIPANTES:
Categoría Adultos
-RELATO GANADOR-
“Desaparecer”
Etiqueta cada táper, la letra redonda y elegante de cuaderno Rubio, deja una nota en la nevera y la sujeta con el imán favorito de Elena, la mariposa verde y azul de alas grandes. Observa la mariposa durante unos segundos y se traga la angustia junto con el sorbo de café. Coge la bolsa de deportes, ha guardado lo imprescindible, se pone el abrigo, cierra la puerta con delicadeza y echa a andar sin mirar atrás. Aún no ha salido el sol, pero hay una primera claridad que le permite vislumbrar Cueva Valiente y Cabeza Líjar; dos gigantes agazapados. Camina despacio, tiene tiempo. En los bares ya hay madrugadores desayunando y ella pasa como una sombra. Al llegar al puente se para y observa el Gudillos, contemplar el río, escuchar la canción de agua y piedra la tranquiliza. Sube hacía el apeadero, quedan cinco minutos para la llegada del tren, su pasaje a una nueva vida, o tan solo una vida diferente. Observa el trajín de los estorninos tan madrugadores, respira hondo y aprieta la bolsa contra su pecho, le llega el olor balsámico de las agujas de pino. El chirrido característico en las vías anuncia la llegada del tren. Un viajero tardío sube las escaleras de dos en dos. Se abren las puertas como un gesto de bienvenida y los pies que no quieren moverse, no es miedo no. Baja las escaleras despacio, como una niña pequeña. El sol se despereza y su luz inunda el valle. Al girar la llave siente una mezcla de alivio y nostalgia de ese futuro que no será, hoy no.
Izarra
“Mi gato dice”
Mi gato dice que algo raro está pasando. Ha visto dos moscas en la encimera de la cocina. ¡¡En pleno febrero!!
Mi gato dice que algo está cambiando. En este pueblo, El Espinar, donde nació, los febreros antes eran nevosos y gélidos, donde no tenían cabida las moscas. Y eso ya no es así.
Mi gato dice que, en El Espinar, su pueblo, los árboles enseñan los brotes en pleno invierno, confundidos, engañados por el sol que eleva la temperatura sobre sus ramas.
Mi gato dice que ya no ve esas bandadas enormes de tordos volando al unísono, ahora hacia la Dehesa, ahora hacia el Boquerón, ahora a dormir al cobijo de las hojas de los plátanos del Paseo de las Peñitas.
Mi gato dice que ha dejado de ver a las ardillas recolectar por el jardín alrededor de la sombra del nogal y llenar de provisiones su despensa.
¡¡Y los insectos!! Abejas, avispas, mariquitas, mosquitos, mariposas. Cada vez menos. Cada vez menos libélulas planeando a ras de las aguas del río Moros, majestuosas, expandiendo su color de arcoíris al atardecer.
Mi gato dice que los seres humanos estamos despreciando la naturaleza, la tierra, la Pachamama, la vida, olvidando de dónde venimos, huyendo de lo que somos.
Mi gato dice que estamos a tiempo. Que ha oído siempre decir:” no sabemos lo que tenemos”, en referencia al municipio de El Espinar, sus montes, sus prados, sus arroyos, su fauna… Todo merece la pena protegerlo.
Siendo sincero, mi gato no dice nada, los gatos no hablan, pero mira de tal manera que parece que observara cada partícula que hay entre sus ojos y los míos, entendiendo el espacio, dando sentido al vacío que hay en el aire. ¡Y eso es casi hablar!
Sara Mola
“Cien pesetas”
De camino a casa, crucé la puerta de arriba del parque mientras me convencía a mí mismo de la decisión tomada. Era mucho dinero, pero el sol se escondía y bastantes problemas se avecinaban en casa cuando Madre viera la suela despegada de las Paredes nuevas. Luis no pensó lo mismo y complació aquel desconocido:
– ¡Chaval! Cien pesetas te esperan si entras por Ícaro y sales por Dédalo.
Me detuve en la fuente para intentar borrar las estelas brillantes que cruzaban el dorso de mis manos entumecidas, desde los dedos hasta el final de las muñecas, fruto de la humedad y el discurrir de las horas de la gélida tarde. Era febrero, pero lo que congeló mi alma para siempre fue un desgarrador estruendo y el susurro de su eco infinito rebotando una y otra vez sin poder huir hacia Peña la casa o al Cerro.
Como cada noche, desde lo más profundo de las entrañas, la angustia afilada como un puñal emerge para no olvidar a mi hermano al que no pude disfrutar por míseras 100 pesetas.
Montón de trigo
“Los macuteros”
Los pasos lentos e inseguros de José, que ayudado con un viejo bastón, le llevaron a tomar el paseo de esa mañana primaveral en este querido San Rafael en el que residía desde hace unas tres décadas. Tomo su café en el Avenida, al salir decidió subir hasta el Apeadero.
Sus 70 años y una dura enfermedad le habían mermado la movilidad, pero no la memoria, esta, como un DVD de recuerdos, le trajo de nuevo su juventud y del cómo llegó a este pueblo en el que sería desde entonces su pueblo, el de un murciano que como muchos españoles estaba en Madrid labrándose un futuro.
José y su pandilla de amigos tenían como diversión salir con sus macutos y mochilas en tren a la sierra los fines de semana, era lo que había, 200 pesetas no daban para más. José se emocionó al recordar ese tiempo en el que él, como uno de tantos macuteros, llegaban en tropel e inundaban las estaciones de La Estación de El Espinar, Gudillos y San Rafael, sentía todavía los apretujones, la mezcla de olores (sudor, porros, ducados), los bocadillos de chorizo frito y tortilla con pimientos, que nos hacían para llevar en La Serrata, después de comernos las raciones de oreja y patatas bravas. Los domingos de regreso a Madrid en el tren de las siete, la cuesta se nos hacía interminable, José se apenó de ver como la estación, casi sin viajeros y prácticamente deteriorada, recordó cuantas veces les había tocado subir las escaleras corriendo porque ya estaba el tren, ver como el revisor no daba la salida hasta que todos estuviéramos subidos, porque eso de que el tren no espera, en ese entonces, a los macuteros, sí nos esperaban.
Gris Hera
“Aurora”
Con la máquina de fotos al cuello y un bastón de madera en su mano, Benito cruza la Corredera y se dirige hacia el monte. Atrás deja viviendas y personas para subir por el empinado sendero, agradeciendo al bosque el susurro de la aromática brisa de pinos y robles que le rodean.
Al llegar al banco de piedra del mirador, se sienta a esperar el mágico vuelo de los pájaros, ajusta su nuevo objetivo digital y se prepara para capturar la bandada migratoria de este año.
Pero, al acariciar en un gesto automático el lugar donde ya no se sienta Aurora desde hace dos años, no puede evitar emocionarse. ¡Tantos recuerdos en un instante! Anécdotas que abren las cicatrices de los sentimientos tatuados en su interior y nacidos del latir del corazón, ya extinguido, de su amada.
Benito, se pierde en su sufrimiento y se olvida del vuelo de las cigüeñas. Ahogándose en sus oídos el aleteo de las aves, cierra sus ojos para exhalar un grito inhumano.
-¡¡A-U-R-O-R-A!!
Abatido por su dolor, se pone en pie, abre de nuevo los ojos y enfoca su cámara guiándose por el crotorar de las aves, aunque ya las ve lejos. De pronto, tamizado entre sus lágrimas, percibe el destello de algo escondido entre una gruesa capa de residuos naturales. Ahí, atornillada en una esquina de su banco favorito, hay una oxidada placa con una inscripción. Sin dar crédito a lo que descubre tras limpiar con ayuda de sus dedos y el bastón, puede ver un texto. En un gesto incontrolable, se le doblan las rodillas y mirando al suelo incrédulo, siente en su nuca la brisa del bosque con el aroma de Aurora, regalándole una caricia.
En honor a Aurora Solano, heroína de guerra en el puesto de El Águila. D.E.P. 1910-1939
Francisca
“Silencio”
El silencio es una palabra certera ¡Una! El silencio abraza a una conversación sosegada, íntima, fructífera… interior. Se envuelve en la oscuridad buscada o en el arrullo del viento entre los pinos y el crujir de las hojas con los pasos del camino. El silencio está en la mirada, en la sonrisa que dice todo sin necesidad de decir nada. El silencio es una mano que acaricia, un beso inesperado, un susurro entre celajes, una confesión al oído, un paisaje del alma, una fórmula secreta, un amigo que escucha… Es un paseo sin prisa. El silencio es la alquimia de la paz interior, una promesa, un bálsamo, un arrepentimiento que descarga la conciencia. Es medicina y es placebo. Un suspiro, una sombra. El silencio es un vacío que lo llena todo. Es una página en blanco, el descanso en una gota de tiempo. Es espíritu y es materia, es abrazo, es refugio y es camino. El silencio son unos ojos cerrados que callan pero no otorgan, que sosiegan el alma; el silencio sabe escuchar. Y escucha. Es la canción del agua de una fuente, el trino furtivo del jilguero, la brisa sobre la hierba, el ocaso sobre un berrueco, el susurro del lapso en un pétalo. El silencio huye del ruido porque es sabiduría, reflexión y hondura. Es la forja del pensamiento; Hefesto, herrero de la idea. Es el quinto elemento, la quinta esencia, enemigo de las lenguas que lo profanan, del grito que arracima rencor y de las palabras vacías. El silencio es todo lo que necesito, todo a lo que aspiro y respiro. El silencio sin ser nada, lo es todo. Lo busco.
—¿Dónde estás silencio, amigo?
Y él, susurrándome entre los montes de San Rafael, me contesta:
—¡Ven! Hoy quiero compartir mi tiempo contigo.
Almas de barro
“El viejo escritor”
La claridad asomaba con timidez flanqueando los pliegues de la cortina. Cerró sus ojos concentrándose en la música que, con maestría, componía el agua a su paso por el arroyo del paseo del Sexmo. Cargaba con la culpa del tiempo perdido, un muro de distancia le había mantenido alejado de sus raíces, demasiados momentos no vividos engullidos por un absurdo rencor. El orgullo es una enfermedad silenciosa que necrosa el corazón y las decisiones.
Observó el monte del boquerón, los espinariegos lo habían adoptado como su meteorólogo particular. La forma en que las nubes vestían la montaña presagiaban con exactitud los cambios del clima, por suerte hoy, su cumbre despejada vaticinaba la llegada de la primavera al pueblo de El Espinar.
Sentado en su butaca frente al gran ventanal, y escoltado por un molesto temblor, desnudó a su compañera y la acarició como lo haría un aprendiz de amante, con torpeza. La vieja Olivetti se preparó para la jornada, las manos del viejo escritor surcadas de arrugas aun eran capaces de teclear, pese a una artrosis galopante que había deformado por completo la fisonomía de sus dedos. Presionó la tecla y comenzó a escribir la que sería la primera página de su última novela.
Cuando leas esta historia ya me habré marchado, quizás deambule entre los pinos, aunque mi deseo sería la de reencarnarme en una de las viejas piedras de la casa de las Lanchas, respirar el aire fresco en las noches de verano acunado por el canto de los grillos, gozar de la compañía de los corzos que acuden a ella en busca de alimento durante el invierno y sentir de cerca a esa familia que nunca debí abandonar. A mi muerte espero encontrar la vida que perdí alejado de mi pueblo.
La Libélula
“La noche”
Apagó la televisión cuando terminó la película, los mandos en su caja y como ya no llovía salió al balcón y a la noche.
Tuvo un escalofrío y ella misma se abrazó, la humedad de la lluvia que vino desde el Boquerón se sentía en el ambiente y se olía distinto, los árboles, las plantas nocturnas desprendían su aroma en esa noche que había quedado clara.
La luna se veía al lado de la negra montaña de Aguas Vertientes que estaba enfrente y proyectaba una luz fantasmal sobre ella y sobre una nube que como una gasa se deslizaba por el centro del monte. Cerró los ojos para que sus sentidos se embriagaran.
Entonces lo percibió, notó sus brazos, fuertes, jóvenes, por los que no había pasado el tiempo. ¡Tanto tiempo! Rodeaban su pequeño cuerpo por detrás, le llegó su olor, el roce de su mano apartándole el pelo del cuello para depositar sus labios en un beso fugaz.
Su aliento detrás de la oreja, como si quisiera susurrarle algo.
Su barbilla se posó en lo alto de su cabeza y ella intentó que esos brazos la sujetaran más fuerte, hasta fundirse con ese cuerpo que añoraba y sentía detrás de ella.
Pero no pudo, abrió entonces los ojos, la nube ya no acariciaba el Camino del Ingeniero, la luna se había escondido. El hechizo estaba roto.
Cerró las ventanas y las cortinas que la aislaban del pueblo, El Espinar, que la había acogido cariñosamente años atrás. Se encamino por el pasillo hasta su habitación, para compartir cama con su soledad.
Vesper
“El Pinar”
Estaba pasando unos días en casa de su abuela que vivía cerca de Madrid, en un pueblo que se llama El Espinar, se quedaba a dormir él solo con su abuela, ya era mayor tenía 5 años. Tuvo que aprender que ella vivía en la carretera de Las Barrancas, por si se perdía.
Pero esa tarde ya estaba aburrido de jugar en el jardín, perseguir al gato, su abuela hacía una tarta. Vio al otro lado de la carretera un animal, se parecía a Bambi, esa película de dibujos antigua donde su madre siempre lloraba. Cruzó la carretera, no debía, pero lo hizo. Sí era como Bambi, que corría a saltos monte arriba, lo siguió, el corzo subía, el crio también, cruzó un camino y ya no lo vio.
Había pasado el camino del Ingeniero, subió otro tramo, pero el corzo no aparecía.
Al mirar a su alrededor solo vio grandes pinos que lo rodeaban, helechos en el suelo, ninguna casa, miró pendiente abajo, nada, solo bosque y estaba oscureciendo. A su izquierda una luz anaranjada, salpicada de nubes.
Comenzó a descender, se cayó, lloró, no quería, pero tenía miedo, estaba perdido, tenía sed. Abuela, abuela, llamó, pero solo el sonido del viento en los árboles le contestó.
De repente dos botones luminosos y una cola moviéndose estaban entre sus piernas, el animal al que no distinguía, le indicaba un camino. Le siguió, se cayó otra vez, las rodillas le sangraban, lloraba, pero seguía bajando, siguiendo al animal que lo esperaba si se detenía.
Así llegaron a la carretera, las luces de la casa estaban encendidas la puerta abierta. Al volverse a mirar el animal ya no estaba.
Abuela y nieto se abrazaron, la puerta se cerró despacio. Un aullido resonó en el interior del Pinar.
Catwoman
“El secreto de San Eutropio”
En el atardecer del otoño, mientras el ocaso pintaba de rojo el horizonte, las campanas de la iglesia de San Eutropio guardaban el secreto mejor guardado entre enamorados. Jacinta y Armando se habían conocido en un internado para huérfanos en Segovia, donde Jacinta ingresó tras la muerte de sus progenitores en la Guerra Civil. Ella cursaba preuniversitario y él era un joven jardinero recién contratado. Su amor clandestino fue sorprendido por la abadesa que despidió al jardinero y trasladó a Jacinta a otro internado en Ávila. Sus vidas se separaron sin retorno al crecer y descubrir sus nuevos caminos. Ella, una brillante ingeniera dedicada en cuerpo y alma a trabajo y familia. Ahora anciana y sola tras la muerte de su marido vivía en una residencia para mayores en El Espinar. Él, un soñador bohemio que escribía poemas sobreviviendo entre la literatura y la jardinería de los chalés de la Sierra de Guadarrama, vivía alternando el alquiler con los hostales, y en los últimos años, en una casa móvil en un camping. Transcurrieron muchos años y la vida, que da sorpresas no comprensibles, los llevó a coincidir en una feria de artesanía que se celebró en El Espinar, y a la que Jacinta acudió con su cuidadora. Armando vendía libros de poesía escritos e ilustrados por él. Mientras ella observaba los libros, sus ojos vidriosos por las cataratas, se reencontraron sin que ninguno ofreciera ni un indicio de tal hallazgo. Jacinta, temblorosa, se interesó por uno de los ejemplares expuestos, se titulaba “aún estás aquí” y pidió que se lo dedicara mientras que su piel se erizaba y el corazón se aceleraba. El texto enigmático de la dedicatoria cambió los años que les quedaban de vida. “Tras los 6 toques, frente a la Fuencisla, estaré esperando… cada día”.
Lavanda silvestre
“Inteligencia artificial”
—Escucha lo que te digo, desde la fuente del Esportón en un momento te colocas en la cruz de Pedro Álamo —comenta Juan, mientras le miramos embobados.
Tomás, Matilde y yo, le miramos atentos y como autómatas, nos dirigimos hacia Chelo, la sobrina de Tomás, que sonriente responde:
—Por ahí he subido con la bicicleta, por una veredita que recorre el cordel junto al límite con Peguerinos, precioso, vas viendo el Espinar, San Rafael, la Estación, y todas las montañas, desde el Pasapán hasta Cueva Valiente.
Matilde, da la mano a Juan, y añade en voz baja, escuchándose:
—Mira que he corrido, mamá me mandaba a por agua a una fuente que está por encima del robledal, pero casi no me acuerdo.
Se queda en silencio, mira la pared del fondo como si fuese traslucida y contemplase el escenario que acaba de relatar.
Juan y Chelo hablan de la Corredera, y que les gustaba más la plaza del ayuntamiento antes de la reforma, y de los molinos del Moros, y del camino del Ingeniero, y de la nevada, y también de los milanos y de los corzos, y continúan hablando. Las palabras van y vienen, y a nosotros a veces nos suenan como ajenas y otras nos encienden una luz y la sonrisa.
En un momento Juan dice:
—No somos más que palabras y con ellas construimos historias.
La conversación se detiene cuando se abre la puerta y una enfermera nos entrega a Tomas, a Matilde y a mí el formulario que leemos y firmamos.
—Ya pueden pasar, dice, van a ser solo unos minutos, dejen la copia a su familiar.
Cuando nos vamos, Juan mirando el documento dice a Chelo:
—El implante de inteligencia artificial es una maravilla; ya verás cómo en unos días estarán como yo.
Mari Gorostiza
“Recuerdos”
—Estáis perdidos o merendando, nos preguntó un pastor cuando regresando del viaje nos vio parados junto a la ermita del Caloco.
Muchos viajes por la misma carretera mirando de reojo la ermita, hoy hemos prescindido de las prisas.
—Pues mire, le dije, que verle con las ovejas nos ha tentado parar. No obstante una ermita sin santero, es un edificio triste, piedra sobre piedra.
—Pero no digan eso— contestó el pastor ofendido —aquí se celebra la mejor romería de España, y si no se lo creen vengan para septiembre, son cientos las personas que suben del Espinar y San Rafael, andando y a caballo, y los vagos en coche, y se baja el Cristo en andas al son de la dulzaina. Y menuda fiesta, que entre procesiones, verbenas y el Teo, parece que no se acaban nunca.
El hombre tan a diario lleno de silencios hoy se desata.
—Si quieren ver algo bonito se van al pueblo por la primera desviación, la carretera vieja que sube al cementerio, y se paran en la plaza del Ayuntamiento, se dan un paseo y toman un café, y de ahí van a la plaza de Toros, y por encima cogen la carretera forestal que va al pie del pinar, y prueban el agua de las veinte fuentes, y no sabrán cual es mejor aunque yo me quedo con la de la Hiedra, y llegando a San Rafael cruzan el pueblo y van a la Estación y a la Garganta del Moros, un rio que empieza allá arriba y acaba en el Atlántico.
Al momento, levanta la vista, y se despide con un, me voy con el rebaño. Visitamos el pueblo, las fuentes, se hizo de noche en la Garganta.
Han transcurrido diez años, y nuestra hija ha nacido en este pueblo.
Mari Arandia
“El montón de nieve”
Los Ángeles de San Rafael, 2018, el invierno más frío y duro de mi vida. Aprovechando el paro obtenido tras mi salida traumática del Newton’s College, este año viviríamos del sueldo de María, mi mujer, mientras que yo escribiría mi novela, pero las cosas no han salido como planeamos.
Mis hijas sufrieron bullying por parte de Andrea, la malota de la clase. Ante mi “incapacidad para resolver problemas”, María habló con la directora. Andrea dejó de molestarlas. De hecho, dejó de ir a su colegio. No sé si su familia se mudó o si se escapó de casa… no recuerdo bien.
Mi vecino se quejaba por los ladridos de Bronco, nuestro perro, mientras yo apilaba nieve en el jardín. Debió aburrirse de nosotros, porque marchó sin comunicar su paradero. La policía local de El Espinar vino a preguntarnos. Poco pudimos decirles; apenas le conocíamos.
María vuelve tarde a casa. Solía traerla Tomás, su compañero de oficina. Los 20 segundos de charla de despedida pasaron a minutos… con silencios intercalados y miraditas cómplices. Creo que le trasladaron. Me alegro.
Tras estar aislados por la nieve durante tantos días, hemos perdido mucha alegría. Estos días tan cortos, fríos y oscuros escuchando correr a las nubes por el cielo, el acoso a las niñas, el trabajo tan absorbente de María o mi bloqueo mental que me impide avanzar en mi novela nos han hecho mella.
María me ha dado un ultimátum. Dice que estoy empezando a darle miedo y que los vecinos me miran raro, a mí y al montón de nieve que apilé al fondo del jardín. Se ha ido con las niñas, a visitar a su madre, dice. Bronco no para de ladrar y merodear por el montón de nieve que está comenzando a derretirse. A mí me está dando miedo también.
Peñaloso
“Lo de siempre, Felipe”
– ¡Cómo se nota que baja frío por el boquerón! Exclamó mientras veía, desde su mesa de siempre en el Sierra, cómo la Iglesia de llenaba inusualmente.
Estaba acostumbrado a su mesa de siempre, donde le servían todos los domingos su café y dos rosquillas de la María, prácticamente según llegaba, después de un efusivo, ¡Buenos días ¿qué tal?! Que Felipe decía bien alto para que todos se enterasen y nadie le quitase su mesa con vistas.
– ¡Ya lo sé Paz, no debería tomar rosquillas, pero es que ya sabes que era nuestra costumbre, y seguir haciéndolo me mantiene ilusionado! Susurró a sí mismo, no quería que la gente pensase que hablaba solo, ya bastante tenía con las miradas lastimosas que le echaban desde que hace un par de años que Paz se fue.
Le pareció extraño que hoy nadie se lo dijese, que mirasen a su mesa con los ojos vidriosos, pero el bar estaba hoy con un silencio incómodo, así que no lo quiso dar importancia, él tampoco tenía hoy su mejor día, así que se sentó a esperar que sin decirlo, repitiesen la rutina de todos los domingos.
No sabía cuánto tardaría en acostumbrarse a no seguir con esa rutina, a fin de cuentas, él estaba entrando en la iglesia mientras todos lloraban a su alrededor.
Pequeña Miss Sunshine
“A ti, San Rafael”
Porque entre tus orgullosos pinos he encontrado respuesta a miles de preguntas.
Porque dejando perder mis pasos entre tus cientos de caminos he encontrado el sentido a enigmas que parecían no tener respuesta.
He dejado que la brisa que juguetea entre las ramas de tus pinares me susurre, que el viento a veces algo más furioso que parece discutir con tus montañas me grite, que los arroyos y riachuelos me canten, que el rítmico y refrescante susurro de tus fuentes me trasmita su sabiduría.
Porque queridos pinares de la Sierra de Guadarrama, atesoráis la memoria de toda esa gente humilde que os ha transmitido tanta sabiduría, nuestros mayores, que ya supieron conversar con vosotros de ese modo tranquilo y pausado, del único modo en que se deja huella.
He encontrado respuestas, y me he hecho mil de preguntas, algunas se las dirijo a la coqueta Cabeza Reina, otras se las planteo al Boquerón, otras se las dejo caer a la escurridiza Peña Morena, y otra se quedan dando vueltas por mi cabeza mientras transito una y otra vez “El Camino del Ingeniero”.
Y en medio de ese dialogo con tus rincones San Rafael, una duda, una preocupación, me pellizca el alma, ¿estaremos a la altura? ¿seremos capaces de mantener todo lo que nos regalas? ¿seremos justos benefactores de tanta riqueza?, a veces me parece escucharte dudar, y me gustaría decirte que tengas fe, que somos muchos los que te amamos.
Y mi granito de arena, mi pequeño paso es ponerle palabras a todo lo que me cuentas, y aquí me hago eco de algo que me repites “cuídame y te habré cuidado”. “CUÍDEMOSLO”.
Verdes1973
“La cuarcita piramidal”
Ella subía por la forestal, lenta, pensativa y, en cada inspiración, llenándose del dulce aroma de los pinos con sus sangrantes gotas de resina que caían por la corteza cual lágrimas de tristeza por los amigos talados. Llegó a la fuente de la Virgen de las Nieves y, como siempre, le rezó una breve, pero, emotiva oración. Cogió agua, después de darle las gracias a la Madre naturaleza y siguió su camino en dirección a El Espinar.
Era una triste mañana de otoño. La tierra cubierta de hierba, helechos marrones por el sol del verano, el verde intenso del musgo aterciopelado, todo, formaba un escenario mágico. El camino invitaba a soñar. Al llegar a una curva, en la que te encuentras una cuesta nada más cruzar un puente de barrotes que alguien pintó simulando una abeja, giró por un sendero ascendente hasta alcanzar el camino del Ingeniero.
En el suelo brillaban fragmentos de cuarcita. No pudo resistirse y coger uno, grande, blanco con betas plateadas y forma de pirámide. Se sentó en una roca redonda, de grandes dimensiones y alfombrada por diminutas plantas. En silencio, casi meditativo, oteó el pinar, los corzos dejaron de comer y se pararon a observar, muy atentos, a la figura de plumífero rojo que parecía una estatua. Así permaneció durante un tiempo imposible de medir. Las respiraciones lentas, la postura o, quizás la cuarcita que sostenía en su mano, la transportaron a otra realidad, puede que viajara a otra época, pero el sonido de los vehículos que circulaban por San Rafael con las bocinas de los camiones, el chirrido de los frenos de los trailers al bajar del puerto, ese zumbido constante, ya no estaba. El bosque había recuperado lo que era suyo. La magia terminó al caérsele la cuarcita.
Marichu Chuchú
“Carpe diem”
No sé quién soy si no estoy contigo cerca. La memoria antes clara se va volviendo turbia con el devenir de los años vividos. No te vayas mucho tiempo, Jacinto, regresa pronto a casa, que si no te siento cerca se me nubla la mente y me pierdo en nuestra propia casa. No tardaré, Luisa, no tardaré. Lo justo para comprar el pan. Las campanas de San Eutropio comenzaron a tocar mientras Luisa esperaba sentada en su mesa camilla, con el brasero eléctrico encendido, mirando al templete de la plaza que tan poco transitada está los días de diario. Mira a la gente pasar, aunque son más las cigüeñas que vuelan que las personas que pasan. Alguien mira hacia la ventana donde Luisa está, pero no la reconoce. Desde la plaza le sonríe y agita la mano con efusión. ¿Quién será? El implacable paso de los años, el esfuerzo realizado para salir adelante de tantos retos que la vida plantea, hace que el olvido sea, en ocasiones, medicina para curar la nostalgia de los que faltan, pero también veneno para disfrutar de los que quedan. Dos hijos tenían. Uno marchó hace 3 años tras un viaje de hospital en hospital con un billete en la mano llamado leucemia, que le daba la opción a pensión completa a cambio de recibir tratamientos experimentales para su piedra en el camino. Pero nada consiguió que el viaje terminará con buen fin. Marchó, sin sufrimiento para él, pero sí para los que quedaron en el andén esperando su regreso. La otra hija, Sonia, quedó huérfana de hermano y ahora de madre, porque desde la ventana su madre no reconoce a quien desde la plaza saluda con efusión. Maldita demencia que hace olvidar lo malo de la vida pasada y lo bueno que queda por vivir.
Haciendo memoria
Categoría Juvenil
-RELATO GANADOR-
“Villa Mundi, hogar de los locos”
Primer síntoma: curiosidad.
Rondaba el año 2014, en el municipio de El Espinar; para ser más concreto, en Villa Mundi.
Un grupo de adolescentes había escuchado varias veces la famosa historia de este gran lugar: se trataba de cuatro amigos que se habían colado en el recinto para filmar un corto de terror. Aquel lugar era perfecto; de alguna manera, Villa Mundi siempre ha tenido un aspecto tétrico y curioso. Dicen que estos jóvenes quedaron encerrados en la casa, y que enloquecieron.
La mayoría de los adolescentes que han escuchado esa historia piensan que es falso. Lo que estaba asegurado era que un grupo murió allí dentro, pero no tenía por qué haber sucedido lo de aquella leyenda. Sin embargo, este grupo de amigos quería demostrar lo que había ocurrido, estaban seguros de que la cámara con la que filmaron seguía dentro de la villa.
Decididos, entraron al recinto de noche con precaución de no ser vistos, y ya preparados se dirigieron a la habitación donde hace ya más de treinta años encontraron los cadáveres.
Cuando entraron solo encontraron un objeto: una cámara. Todo era demasiado curioso, ¿cómo es que la policía no encontró la cámara cuando sacó los cadáveres de allí?
Aún sorprendidos, algunos quisieron irse, pero entonces se dieron cuenta de que estaban encerrados.
Segundo síntoma: desesperación.
Intentaron abrir la puerta de todas las maneras posibles, pero no había esperanzas. Entonces uno de los cinco jóvenes se percató de que la cámara estaba grabando, de que en todos estos años nunca había parado de grabar. Sabía que si no habían visto la cámara los demás era porque solo los destinados a enloquecer podrían verla y ser grabados, sabía cómo terminaría todo.
Último síntoma: locura.
Minerva
“Siempre hay que mirar de otra forma”
¡Hola! Me presento, soy Luna Hilstoon, y me acabo de mudar a un pequeño pueblo. Yo vivía en Málaga, allí todo era genial, tenía mi grupo de amigas, mi familia, mis estudios… Todo era perfecto. Hasta que un día mi padre nos comunicó a mi madre y a mí que le habían ascendido en el trabajo, y que nos tendríamos que mudar a un pequeño pueblo de Segovia llamado El Espinar. A mí no me hizo mucha ilusión ya que mi vida era perfecta allí, pero aunque yo diera mi opinión, mis padres no me iban a hacer caso. Después de dos semanas con la casa medio vacía y llena de cajas por fin llegamos al pueblo. Lo primero que más me llamó la atención es que las montañas que rodeaban al pueblo estaban con la cima nevada con un color blanco de nieve. Llegamos por fin a aquella casa. A la mañana siguiente, en el instituto, se me acercó una niña relativamente alta. Se presentó, se llamaba Malena y me dijo que ella me enseñaría el pueblo y acordamos que a la salida la buscaría. Cuando la encontré me indicó que la siguiera, me llevó a un sitió increíble donde se veía un precioso atardecer, me contó una vieja historia del pueblo en la que decían que había un gran tesoro. Después de ir con Malena a lugares preciosos como las barrancas, cabeza reina, peña la casa… y resolver un montón de acertijos, encontramos el tesoro por fin. ¡Seguro que es dinero! Repetía Malena constantemente. Cuando abrimos el cofre donde estaba guardado encontramos una carta, y Malena al ver que no era dinero, puso mala cara. En la carta ponía: El tesoro ha sido todos los maravillosos lugares que habéis visitado. El mejor tesoro es la naturaleza.
Mariposa
“Lo que guarda el Caloco”
Sentada aquí en la silla, mirando el Cerro Caloco a lo lejos, recordando estas calles de Los Ángeles de San Rafael, melancólica. Recuerdo a los niños jugando en la calle, felices, corriendo mientras la brisa del viento otoñal les sacudía la ropa. Recuerdo también los perros, ladrando siempre que pasaba alguien por su lado. Los pajaritos, volando y trinando melódicamente, azules, rojos, naranjas. El campo, tan cerca, tan vivo, como lo estaba este pueblecito, olvidado ya. Pienso en 2024, el año que lo cambió todo. No nos lo esperábamos, desde luego, que aquella tarde de primavera, 31 mayo exactamente, pasara lo que pasó. Aquello marcó mi vida de una manera increíble, ese incendio que destrozó todo el vecindario, ese rayo que lo provocó, el árbol donde cayó. Sobre todo, la casa donde ese árbol se encontraba. Ahora, yo tengo una casa encima de ella, pero los niños ya no juegan, los perros no ladran, la brisa no se agita, los pájaros no trinan, el campo ya no vive. Todos ellos están de luto porque, a pesar de los años, la memoria sigue intacta. Al menos yo lo recuerdo al detalle. Porque, por más que se construyan nuevas casas, nuevas calles y se planten nuevos árboles, ya nada será lo que fue. Y, sobre todo, nunca nos olvidaremos de quien vivía en esa casa conmigo. Yo salí de allí gracias a ella. Lloré durante meses, y aún lloro, por esa valiente chica con la que compartía hogar. Y aquí, ahora, yo, sentada encima de NUESTRA casa, recuerdo que te echo de menos. Al menos, el Caloco es una bonita lápida, pues todo el bosque y montaña no eclipsaban tu belleza y arrojo. Tus restos se borraron del mapa, pero de mi corazón, nunca, mamá.
La cazadora de Artemisa
Categoría Infantil
-RELATO GANADOR-
“Desde mi ventana, desde la Nava…”
Amanece, lunes del mes de enero, pero con una luz y una temperatura atípica para este mes en El Espinar. El Boquerón despejado, su cielo azul como el mar y sus prados verdes, recuerdan a nuestra bandera.
Tras volver del cole y hacer nuestras tareas, ¡hoy toca paseo!
Y así, con el solecito fresco de la tarde, partimos desde la Nava… con el sonido únicamente de nuestros pasos sobre el camino de tierra y piedras, el balido de las ovejas y sus corderitos, la vaca “Paca” tan simpática y cariñosa, el relinchar de los caballos, los ladridos de los perros, que a veces nos pillan desprevenidos y nos asustan, y nuestras conversaciones sobre nuestro día, experiencias, inquietudes y sueños… llegamos hasta nuestra zona favorita.
Nos paramos, y se detiene el tiempo… nos quedamos mirando y mirando: A los patos jugar y bañarse en su estanque y oímos sus historias, que no callan. A las ocas que siempre van juntitas y con el cuello bien estirado vigilando todo. A los conejos que paran a tomar el sol y luego corretean. A las gallinas que van clocando sin parar y picoteando todo lo que está a su alrededor. A las ovejas y carneros con sus corderitos que no pueden ser más bonitos, no hay uno igual a otro, cada uno tiene las manchitas distintas, y sin separarse de sus mamás, juegan y crecen muy, muy rápido. Y los pavos, tan señoriales y estirados con su peculiar cacareo… que nos responden a nuestra llamada de ¡Ese pavo…! Y nos hacen mucho reír.
Y así sin darnos cuenta, con el sol guardándose y con el fresco imponiéndose, volvemos a casa, no sin antes, parar en las piedras, a ver si están jugando en Los Llanos y disfrutando de esas últimas vistas del Boquerón y del Cristo.
Generandorecuerdos
“Pepe el nuevo ¿alcalde?”
Pepe era un adolescente que quería ser el primer alcalde de 15 años. El 11 de enero de 2024 estaba buscando un pueblo bonito para gobernarlo. Estaba entre El Espinar, Otero y las Navas de San Antonio. Al final decidió El Espinar -¡es hiper bonito!- dijo Pepe. Al día siguiente se mudó porque en 20 noches cumplía dieciséis años y no cumpliría su misión. Al llegar a El Espinar el tío de Pepe se dio cuenta de que quería ser alcalde y gracias a su tío, Pepe y otros 12 niños se presentarían para ser “alcaldes”. Tuvo 20 días para estudiar un discurso, gastó diez de esos días en jugar a la play, otros cinco en jugar en el pinarillo y sólo 4 en escribir y aprenderse el discurso. El último día lo repasó, pero el 31 de enero venia lo malo, aparte de que se le olvidó todo, absolutamente todo, su madre no le dejó estudiárselo. Pepe tenía 1 hora para recoger su habitación y para estudiarse el discurso, al final sólo le quedaron treinta minutos, porque durante los otros treinta, su madre estuvo echándole la bronca por no tener la habitación recogida. Su tío le llamaba, 10 de los 12 niños (contando con Pepe) le escribían. Al fin llegó, cuando un niño chulito estaba dando su discurso, le tocó a él y él contó muy poco, la parte que se acordó y añadió 4 palabras más: yo seré todo oídos, y una hora antes de su cumple consiguió ser el alcalde de El Espinar.
-¡SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!- Gritó Pepe. Y… fin
Patatalatata
“El Espinar”
En este micro relato os voy a contar una fiesta de El Espinar, Los Gabarreros esta fiesta hace honor a un antiguo trabajo muy duro y tradicional de El Espinar. Eran trabajadores que recogían la madera que otros talaban de los pinos, de este trabajo vivían muchas familias de los alrededores de la sierra, se fue perdiendo este trabajo por lo duro que era.
Lo que utilizaban para hacer este trabajo era sus propias manos, sus hachas y un caballo que solía ser suyo, Después de recoger la leña, que pesaba unos 200 kilos la cargaban sobre el caballo. Cuando llegaban al pueblo vendían la leña en el pueblo, o las empresas que había en esos momentos, o para los carboneros.
En la fiesta que se celebra ya en estos tiempos más actualizados es el mes de marzo y se celebra cada año, en esta fiesta se imita la bajada de Los Gabarreros con animales con leña, luego toman un desayuno típico Gabarrero y en la plaza del ayuntamiento se pone el pino madre, y bailan danzas típicas de Castilla y León, también hacen un concurso que se trata de cortar troncos.
Mi opinión es que esta fiesta es muy bonita por que honra un trabajo muy duro y no daña el medio ambiente y ayuda a la protección del bosque a los incendios gracias a los cortes de árboles y no se prenderá el bosque y la naturaleza. En los colegios también se celebra esta fiesta yendo a un lugar donde antiguos o profesionales gabarreros cortan troncos y al final bailan un baile típico. Este es un refrán que he buscado: “De enero a enero, sube al monte el gabarrero” el refrán significa que trabajaban todos los días del año menos algunos que tenían fiesta. Fin.
Subefuentes
“El Espinar”
Hola soy Noa, tengo 11 años y vivo en El Espinar (Segovia). Hoy os voy a hablar de mi pueblo.
Mi pueblo se divide en varios núcleos: El Espinar, San Rafael, Los Ángeles de San Rafael, La Estación, Gudillos y Prados.
El clima es muy frío en invierno con muchas heladas. Y el verano es fresquito.
Me gusta mucho vivir en él porque tiene mucha naturaleza, se pueden hacer varias rutas de senderismo por sitios muy conocidos como, por ejemplo: El Boquerón, Cabeza Reina, Cueva Valiente… Hay muchos animales que la gente busca para ver como: ciervos, conejos, jabalíes… Y también se pueden hacer muchas rutas en bicicleta.
También es muy típico en otoño ir a por níscalos y setas, por los pinares.
Me encantan sus fiestas, son muchas como: Los Gabarreros, Las Fiestas del Cristo del Caloco, San Antón… Son muy conocidas y viene mucha gente a visitarlas.
Tiene una iglesia muy antigua, grande y bonita se llama La iglesia de San Eutropio y una ermita muy conocida y querida por todo el pueblo que es la ermita del Cristo del Caloco.
Su plaza más conocida se llama La plaza de la Corredera donde se hacen todas las verbenas, están todos los bares y donde jugamos todos los niños del pueblo.
A mí me encanta la pastelería de Yagüe que es la más antigua en el pueblo, en cada fiesta del pueblo hace dulces relacionados con la fiesta.
En las Navidades la gente decora las calles de sus barrios y además hay un mercadillo grande navideño. Los miércoles siempre hay mercadillo y en verano el pueblo se llena de visitantes de Madrid.
Con este mini relato espero que vengáis a visitar mi pueblo que como podéis ver se pueden hacer muchas actividades y pasar unos divertidos días.
Luna
“La historia de El Espinar”
Érase una vez, en una tierra del Mediterráneo, vivía un joven llamado Espinar. Vivía con su hija Samara, en una pequeña casita en el campo, rodeada de naturaleza. Un día decidieron viajar hasta unas tierras en Castilla.
Fue un arduo viaje, que les duró 7 meses, ya que la pequeña Samara tenía 9 años, y le costaba más que a su padre.
Cuando al fin llegaron, no cabían en sí de felicidad: ¡Su viaje había terminado! No se lo podían creer. Habían acabado en unas tierras al lado de la montaña, muy verdes y bonitas.
Empezó a construir su casa, y se corrió la voz, por lo que cada vez llegaba más y más gente, así que se creó una aldea. No tenía nombre, simplemente era una aldea. Al estar al lado de la montaña, la gente podía tener granjas, cultivos…
Se convirtió en una aldea muy famosa. Tenían un buen trabajo, por ejemplo, los cultivos, los vendían en el mercado, y otros los vendían a los mercados de las grandes ciudades.
Años después, se desató una guerra entre su aldea y otra aldea cercana. La gente luchaba por su pueblo, Samara también luchaba, tenía ya 16 años, hacía 7 años que habían salido de su anterior casita. Un día, de los más duros, su padre tuvo que luchar con el más fuerte del otro pueblo. El pueblo se salvó gracias a Espinar, pero desgraciadamente falleció.
Samara, rota de dolor por la muerte de su padre, decidió ponerle al pueblo El Espinar, en honor a su fundador. Se fue haciendo más y más grande. Samara tuvo hijos, y años más tarde falleció por la peste. Siglos después, El Espinar sigue existiendo, enorme, convertido en municipio, y se dice que los descendientes de Samara siguen viviendo en el pueblo, enormemente bonito.
Culpable
“El pueblo rodeado de montañas”
Sofía era una niña que fue a vivir con sus padres a un pueblo de Segovia, rodeado de montañas.
Sofía era muy curiosa y le encantaba ir a la montaña y ver los pinos tan altos que había, los ríos, las piñas, los pájaros cantando…
Un día Sofía estaba dando un paseo por el monte, mientras observaba los árboles, vio a lo lejos un grupo de hombres cortando un árbol, ella como era tan curiosa les pregunto que por qué lo cortaban, uno de los hombres, muy majo, se giro a hablar con ella y le explico que lo estaban cortando porque lo iban a bajar al pueblo para celebrar la fiesta de los gabarreros.
Ella le pregunto qué era un gabarrero, y este le contesto que antiguamente estas personas bajaban leña del monte al pueblo para venderla, muchas familias vivían de ello por eso en marzo se celebran los gabarreros, esta fiesta consiste en hacer un recordatorio a todos los gabarreros de El Espinar. Esta fiesta en el pueblo es muy especial y por eso intentamos pasárnoslo bien. Se hacen muchas actividades: se baja leña desde un parque que se llama el Pinarillo hasta el ayuntamiento trasportada por mulas o caballos, se bailan jotas, una muy típica es la “LA RESPINGONA”, hacen corte de leña y lo más llamativo de todo es que un chico llamado Jorge se sube a este árbol que estamos cortando y todos los vecinos ven como corta la copa al árbol.
A Sofía la gusto mucho lo que la había contado ese hombre y estaba deseando que llegara ese día de marzo para poder vivir esa bonita tradición del pueblo de El Espinar.
Fresita
“Paseo por El Espinar”
El Espinar es el pueblo donde vivo, está en un valle rodeado de montañas repletas de pinos. Cuando llegas a mi pueblo lo primero que te encuentras es una rotonda con una escultura dedicada a los Gabarreros. Hace muchos años, ellos eran las personas que trabajaban bajando leña, cargaban a sus caballos desde el monte hasta el pueblo donde después la vendían para poder alimentar a sus familias. Continuamos por el paseo de las Peñitas que está lleno de árboles hasta llegar a la Iglesia de San Eutropio, un edificio precioso y muy grande, donde las cigüeñas, todos los años hacen sus nidos. Seguimos nuestro paseo hasta llegar a la Plaza del Ayuntamiento donde los niños jugamos, montamos en bici y patinamos por las rampas. En esta plaza también se celebran conciertos, subimos a leer el día del libro, los quintos eligen a las damas, se da el pregón de fiestas…. Continuamos hasta llegar a La Corredera, es la plaza del pueblo, se llama así porque hace muchos años se celebraban las corridas de toros, era de arena y alrededor ponían vallas de madera, también se celebraba el baile del Teo. Años después, pusieron baldosas de piedra en el suelo, bancos de piedra, plantaron árboles y en el centro se construyó un kiosco donde la Banda de Música tocaba los días de fiesta, uno de los bailes que tocaban era La Respingona, la gente del pueblo bailaba alrededor de la plaza y del kiosco. La Corredera es donde más estoy, ahora en invierno hay poca gente, pero en verano está llena, es donde tocan las orquestas en fiestas, los quintos celebran el bingo, hacen actuaciones de magia… Desde aquí, voy corriendo a la pastelería Yagüe donde compró pastas y me las tomó en el Bar Manso con un vasito de leche.
Aquí, finaliza mi paseo por algunos lugares de mi pueblo, pero hay muchas cosas que contar de este maravilloso lugar.
Estrella
“El Espinar”
El Espinar es un municipio y una localidad española castellano-leononense perteneciente a la comarca de Segovia. Cuenta con una población de 9.814 habitantes. El lugar más visitado de El Espinar es La Panera, que está en La Estación de El Espinar. Los principales ríos que discurren por el municipio son: el río Moro, Gudillos y Voltoya.
Dos de los edificios más importantes de El Espinar son la Casa Consistorial, ubicado en la Plaza Céntrica del Pueblo, y la Iglesia Parroquial de San Eutropio, ambas dos con una gran historia a sus espaldas.
La fiesta más importante de El Espinar son los gabarreros, y os diréis: ¿por qué es la que más destacamos? En esta fiesta se rinde honor a las personas mayores de nuestro municipio que, dedicaron su tiempo, a la gabarrería o a trabajos en el campo, tan arraigado en este municipio. Uno de los momentos más emotivo durante esta fiesta es el nombramiento de Gabarrero de Honor. El postre típico de esta fiesta es El Tronco Gabarrero.
Otro de los días marcados en el calendario, para todos los espinariegos, y que no se puede pasar por alto, es la bajada del Santísimo Cristo de El Caloco, el segundo fin de semana de septiembre. Cientos de personas se reúnen en el Portalón, para dar comienzo a las tan esperadas fiestas de El Espinar, con nueve días por delante.
En definitiva, El Espinar es un lugar maravilloso para vivir y disfrutar de las muchas cosas que nos ofrece el municipio a lo largo de todo el año.
Espero que os haya gustado mi microrrelato de El Espinar.
Winnie
“El Espinar”
Hola yo me llamo Charlotte según mi profesor lianta profesional y os voy a hablar de mi pueblo el Espinar situado en Segovia Castilla y león.
Es un pueblo muy bonito y divertido, hay muchas actividades divertidas adecuadas para menores y mayores, recomiendo mucho este pueblo por que hacemos muchas fiestas y verbenas, durante todo el año, también somos una población muy cotilla y amable cuando queremos, cuando nos cabrean somos todo lo contrario así que ya sabéis no os metáis con un espinariego que os la cargáis. Sus vistas son preciosas en lo alto de las montañas, hay mucha vegetación y las casas son muy bonitas y hay sitios preciosos como, por ejemplo, la plaza la corredera, el ayuntamiento, la plaza de toros y por ultimo y no menos importante el parque de Geromini.
Está rodeado de los siguientes pueblos las navas, las vegas de matute. La gastronomía: Lo que más se come son las legumbres de todo tipo, tortillas, bocatas de fiambre, hay muchas cosas más de comer, pero si tengo que contar todas me quedaría un buen rato. Eso ha sido todo muchas gracias por su atención adiós.
Charlotte