Oliva del Monte Martín ha pasado de trabajar en Segovia y Madrid a ejercer en Guadalupe, una isla en el Caribe, donde combina la consulta clínica con la atención a domicilio
Oliva del Monte Martín estudió fisioterapia en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y, tras terminar el grado, vivió los primeros años profesionales repartidos por distintas partes, como San Rafael, Segovia y un hospital en Madrid, antes de que a finales de 2021 decidiera “dar el salto” y comenzar una etapa internacional que la llevó primero a San Martín, después a Los Alpes, a París y finalmente a la isla de Guadalupe. Cuenta que el contexto de la pandemia ralentizó trámites y decisiones, pero que la inquietud por salir ya venía desde la carrera: “Desde tercero de carrera ya empecé yo misma a gestionar los papeles… fue un proceso muy largo” por el COVID y por la burocracia necesaria para ejercer en Francia.
Su experiencia profesional combina formación y práctica clínica. En España se especializó en fisioterapia deportiva y realizó cursos de formación continua, y en Francia ha seguido formándose, sobre todo, en el ámbito del suelo pélvico. Subraya que la formación continua allí es obligatoria y que esa exigencia es positiva para los profesionales: “En Francia la formación continua es obligatoria, tienes que hacer una formación al año obligatoriamente, y el sistema lo facilita. Eso es muy positivo porque en salud siempre hay que estar al día”.
Oliva trabaja en Guadalupe como autónoma en un gabinete: paga una mensualidad por el uso de las salas y del material, y combina la consulta en clínica con visitas domiciliarias para pacientes con dificultades de desplazamiento, sobre todo personas con patologías neurológicas y de geriatría. Explica cómo funciona el sistema francés para el paciente: la fisioterapia está reembolsada por la seguridad social y el paciente acude con prescripción médica y puede elegir el centro al que ir.
Su rutina diaria refleja bien el ritmo de la isla. Se levanta entre las cuatro y media y las cinco de la mañana, comienza con los primeros pacientes sobre las cinco y media o seis y trabaja hasta primera hora de la tarde. “Acabo mi jornada sobre las tres o cuatro, pero al ser un lugar tan soleado acabo con energía. Me doy una ducha rápida y me voy al gimnasio o me voy a hacer surf”, cuenta. El ocio local, explica, está muy ligado a la naturaleza: deportes acuáticos, buceo y senderismo selvático que suele acabar en cascadas.
Guadalupe le interesa tanto por lo profesional como por lo humano. La describe como “una isla súper especial… formada por dos partes, como una mariposa, tiene como dos alas, y está unida en el centro por un río; hay una zona de origen volcánico y otra de origen tectónico. Y luego hay zonas más urbanizadas y otras que menos”. Pero lo que más destaca es la gente: “Para mí lo más importante y lo más diferente es la gente. En cuanto a la cercanía, en cuanto a cómo entienden el trabajo, en cuanto a cómo entienden incluso la muerte. O sea, tiene una concepción de vida completamente diferente”. Añade que allí todo se vive con otro ritmo, “ritmo caribeño”, y que esa paciencia es positiva frente a la prisa europea.
Sus experiencias previas en Francia también dejaron huella. En París trabajó durante un año en un hospital y valora la experiencia profesional allí como muy enriquecedora, aunque reconoce que la gran ciudad la “abrumaba” a nivel personal. En los Alpes redescubrió otra pasión: “Me gusta mucho más el deporte en montaña de lo que yo creía”, dice, recordando cómo el entorno condiciona el tiempo libre y el estilo de vida.
El idioma y la barrera cultural marcaron su primer contacto con el Caribe francés. Confiesa que, al llegar a San Martín por primera vez, el freno lo puso el idioma, ya que solo tenía lo básico del instituto, y que por eso decidió volver a Guadalupe para vivir y aprovechar mejor la experiencia cultural y profesional. “Sentí que a lo mejor no había vivido y explotado todo lo que tenía allí en una cultura tan diferente”, explica.
Viajar en pareja también ha sido determinante: su novio, Rodrigo, es fisioterapeuta y comparten proyectos y etapas. “Viajar acompañada lo hace todo más fácil. Compartimos proyectos y cada destino lo vivimos de otra manera”, reconoce. Sobre el regreso a Europa, lo descarta a corto plazo: “¿Corto plazo? No. Digamos que a medio plazo la idea es volver al menos a Francia metropolitana, por cercanía”, afirma, aunque añade que echa de menos la familia, los amigos y el pueblo.
Sobre la gastronomía local resume la experiencia con naturalidad: comida básica, humilde en ingredientes, hidrato, verdura y proteína, rica, pero no “súper gourmet”. Y a quien duda si lanzarse a una aventura profesional fuera de su zona de confort, le manda un mensaje claro y directo: “Todo lo que te haga salir de tu zona de confort… siempre te va a llevar algo bueno. Te va a aportar muchísima madurez personal y luego, progresar en lo profesional también. Si no sale bien, siempre puedes volver al punto de partida. No hay nada que perder y mucho que ganar”.
Oliva volverá a Guadalupe en octubre para continuar con su temporada profesional. Mientras tanto, la fisioterapeuta espinariega mantiene un pie en los recuerdos de los parques del pueblo y otro en una isla que le ha enseñado a desacelerar sin renunciar a la actividad. “Salir de la zona de confort… siempre te aporta”, insiste. Y su trayectoria lo confirma: no es un viaje de turismo, es una apuesta por aprender y crecer.











